BCCCAP000000000000000000000207
Replica Nemesio de los Arcos, en escrito reverente, pero inflexible, al prelado Mons. Silvio Haro: 1) Que no fueron padres colombianos los responsables de la funda– ción de Mariano Acosta, sino un capuchino navarro y español, el P. Florencia de Artavia, comisario de Ecuador-Colombia, con el que colaboraron los padres Bemardino de San Isidro, Clemente de Tulcán, Juan de Tulcán, Pablo de Tulcán y el hermano fray Emilio de Tulcán, bien ecuatorianos si los hubo. 2) Que el pueblo ayudó en mingas, con su trabajo; no con plata. 3) Los padres capuchinos levantaron en terreno propio, adquirido por compraventa, la casa, capilla y escuela que regentan y en donde residen las misioneras franciscanas de la Inmaculada, desde 1938. Se les cedió para albergue la casa del capellán; y se construyó otra vivienda, para los religiosos, en solar propiedad de la curia, edificio que el español Nemesio de los Arcos halló tan desquiciado que hubo de invertir no menos de 4.000 sucres en reparaciones. Apela el padre Nemesio al autor del librito "Historia del convento de !barra", Clemente de Tulcán, testigo directo y a fray Domingo de Las Mesas y al señor Mejía, que le refirieron cómo los Padres pagaron su salario a carpinteros, canteros y albañiles; y apela al documento notarial que alega (me lo repitió en conversación particular) hallarse en el ru:chivo de la fraternidad de !barra (32). Respecto de las fincas, las 40 hectáreas de Nueva América (que en rigor son más de 500, declara Nemesio) constituyen un legado a los capuchinos por amistad del donante con fray Domingo de Las Mesas. La Orden las ha cedido gratuitamente a la comuna de Guanupamba (33). Las diez hectáreas de Palmira, compradas por el P. Bernardino de San Isidro, lo mismo que el potrero grande de dos cuadras, vendido a José Miguel Amaguaña; el de w1a cuadra, regalo de José Manuel Terán a los padres capuchinos, queda pendiente. Afirma Nemesio en su réplica (no fechada) que hay testimonio escrito de las compraventas realizadas. Niega, y en esto le favorecen los hechos, que los capuchinos pensaran nunca ser párrocos ni amovibles ni inamovibles; pues que nunca pasaron de simples encargados curiales para la asistencia espiri– tual de aquellos feligreses, que, en frase de uno de ellos, vivían hasta su llegada como ganado alzado. Y ese delegado pastoral dependió en todo momento de su superior mayor, que mudaba de persona sin inter– vención alguna de la curia diocesana. Hasta que llegaron las misioneras franciscanas (1933 y 1938 , por lo visto en tandas diferentes), apenas si esporádicamente acudía a Mariano Acosta uno u otro capuchino. 476
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz