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a aquellas gentes, mucho más sensibles a la acción social externa que a la liturgia de la palabra y de los sacramentos, le ha puesto al frente de la comisión para la traída de aguas y le ha impulsado a diligenciar "una planta hidroeléctrica que dará luz a las dos parroquias", la de Apuela y la de Peñaherrera. Anticipó el cantón de Cotacachi 2.000 sucres y otros tantos ofreció el pueblo. Duele a Machiñena no poder entrar a fondo en las tres dimensiones (religiosa, cultural, social), porque "esta región no es nuestra", aunque pancartas blasonen la leyenda: "En Intag o capu– chinos o nadie". Pide al padre custodio que le permita pasar un par de días con su amigo P. Eusebio, "sin incurrir en excomunión. Es una necesidad espiritual y moral". El señor obispo había penado con tan rígida censura al párroco que pernoctase fuera de su distrito jurisdiccional. Plenamente de acuerdo el P. Arizaleta en que se tome esos dos días de asueto; y que no sienta escrúpulo por dormir fuera de su parroquia una o dos noches. Y de acuerdo asimismo en que no se comprometa a fondo con lo que hoy está a nuestro servicio y que tal vez haya de abandonarse en fecha no lejana; "sin que esto quiera decir que no han de buscarse las comodidades indispensables, dentro de la pobreza religiosa". En lo que no señala otros límites que los dictados por la prudencia es en cuanto pueda beneficiar al pueblo: levantar o restaurar iglesias, mejorar el nivel de vida de las gentes, abrir caminos, facilitar la instala– ción de luz eléctrica... Machiñena procura coordinar sus desvelos sociales co,n su acción misional. Ha predicado sendas tandas, durante los meses .'de marzo y abril, en Vacas Galindo y en Pueblo Viejo; y va a emprender otras misiones análogas en Selva Alegre, Irubí y García Moreno. "El éxito supera a mis esperanzas, pues el 95% de la población se confiesa y comulga. Sin misiones, no hay modo de hacer a esta gente cumplir con pascua". Y entre homilía y homilía, encaramado en el andamio que él mismo ha armado con los mingueros, levanta muros de piedra y cemento, paleta y llana en mano, alternativamente. Nunca le falló la plomada. Restauró dos iglesias parroquiales, la de Plaza Gutiérrez y la de Apuela, que bien pueden considerarse "templos de expiación", por los penitentes que, en pago de sus mancebías, tuvieron que acarrear desde el fondo del barranco sus proporcionales cargas de piedra (Confesión de parte). 469

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