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Creo que desde que en 1972 se despidieron las misioneras AMF, animadoras auténticas de la liturgia y de la catequesis parroquial, todos los recursos de los párrocos (y singularmente cuando un solo individuo constituyó la fraternidad) fueron ineficaces para frenar la decadencia (24). No fue posible mantener nivel tan elevado. Desde 1979 los tres postulantes (hoy profesos) asociados a la obra pastoral de otros tantos sacerdotes, han contribuído notablemente al renacer litúrgico, catequético, asociativo. Toda la fraternidad (excepto el Hno. Matías) se aloja en el edificio levantado para la AMF. Restauraciones.- No por común con otras fraternidades pierde intensidad la prueba de afecto popular que significan las mingas. Se organizan algunas para la urbanización del complejo conventual; y muchas para la reestructuración de la iglesia destartalada. Dirigió las obras, como en !barra, en Gualea, en Santa Ana de Guayaquil y en Portoviejo, el ingeniero Aníbal Proaño. Databa el edificio del año 1673; y aunque a lo largo de los siglos se habían hecho algunos remiendos, por singular diligencia de los padres jesuítas, estaba reclamando una total restauración. Ha sido el primer acierto acortarla de 64 a 50 metros de largo y respetar los 9 de ancho, con lo que se ha conseguido una más ajustada proporcionalidad. Se ha cambiado el techo de barro por otro de lámina de cemento con alma de alambre reticulado; y el tejado por cubierta de eternit (uralita). Se rasgó el hastial, de más de un metro de espeso tapial y se enjoyaron las ventanas con vidrieras, regalo de Doña Carlota de Loza, extrañas al pueblo por lujosas. Se cubrieron las paredes de cemento escarchado; se tendieron arcos para las capillas laterales, se reinstaló el sistema de iluminación (fuerza eléctrica de Pampallacta), y se dio por terminada la obra, al cabo de cuatro años, con la última mano de pintura. Quedan del edificio antiguo los gruesos muros a lo largo de los 64 metros (no hubo de1Tibo, sino cierre) y la soberbia portada de piedra granítica. Bendijo la obra restaurada el Excmo. Sr. obispo auxiliar de Quito, Dr. Pablo Muñoz Vega, que administró, a partes con el prefecto apostólico del Aguarico, Mons. Alejandro Labaca, 267 confirmaciones. Triduo de regocijos populares, en que no faltó corrida de toros; discurso del teniente político y de un vecino de la localidad que se desataron en frases ditirámbicas por la labor socio cultural y religiosa de los capuchinos en Pifo; y otro especialmente valioso del prelado quiteño el día de la bendición, 26 de octubre de 1966. La recaudación, salvo euor de copia (de que estoy harto temeroso), alcanzó los 20.000 sucres durante el triduo. El costo de la restauración oscila entre los 250 y los 300.000 sucres, pues que ambas cifras constan en la Crónica Pf. En 1959 recibía el superior Vicente de Artavia los 2.000 primeros sucres; ·pero las 391
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