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que pertenecían a aquella jurisdicción dejaba de cumplir con Pascua; ni familia que en caso de enfermedad grave de uno de sus miembros dejase de recurrir a los Padres. A esta labor misionera, advierte el mismo corresponsal, cooperan eficazmente desde la escuela y la catequesis las religiosas de la AMF (19). "Penosísimo el apostolado" mas no estéril. Miguel Gamboa, que, como Luis de Viscarret, Félix de Gomecha, J. Antonio Oroquieta, Santos de Egüés y Fernando Navarro, recorrió, con pausa y atención misional, Itulcachi, Inga Bajo, Inga Alto, La Cocha, Palugo, Mulauco, el Tablón, Sigsipamba y algunas otras haciendas, afirma que "es inmenso el fruto que se cosecha en estas sencillas misiones populares y en las visitas que se hacen a cada una de las familias"; y reitera que "estas misiones son los medios más eficaces para mantener la piedad y la fe cristiana entre estas buenas gentes" (20). Las misioneras AMF participaban en estas duras tareas como catequistas, conferenciantes, enfermeras y apóstoles a domicilio. Y en tanto que el padre capuchino se reintegraba cada noche, a uña de caballo, a su residencia, las Hnas. AMF optaban por continuar entre los indios, "durmiendo en cualquier choza", mientras durase la campaña misional (21). Del 8 al 15 de junio de 1969, misiones al pueblo de Pifo, al modo tradicional hispano, desde el rosario de la aurora, por los padres José Luis de Tudela y Juan de Bacaicoa. Respuesta espontánea y fervorosa del vecindario. Por febrero de 1970, un nuevo equipo, juvenil, vino a conformar la fraternidad pifeña: Ramón Echegaray, superior y párroco; Francisco Ostériz y Javier Azpilcueta, vicario y primer vicario coadjutor. "Como primer paso de nuestro apostolado convinimos en hacer la visita domiciliaria a toda la localidad, dividida en tres sectores, "uno por barba capuchina. De nuevo las experimentadas misioneras de la Divina Pastora, que año tras año habían practicado esa cortesía cristiana. Apenas un mes de afincamiento, cuando los nuevos apóstoles no sólo imprimen "al rezo de la tarde un tinte de modernidad, de alegría y de variedad", sino que, llevados de su celo por la casa del Señor, arremeten contra algo tan secularmente tradicional como la paraliturgia del Viernes Santo. Para el sermón de las siete palabras o de las tres horas y la ceremonia del Descendimiento, los priostes (Luis Heredia y José Sandoval desde años atrás) solían contratar obreros y artesanos expertos que, con troncos y ramaje, armaban un robustísimo y colosal basamento, sobre el cual se plantaba un crucifijo de gran talla, en cuyo trasversal descansaban, silueteados y traslúcidos, el sol y la luna. Al pie, en sendos cartones, las figuras pintadas y recortadas de la Virgeri y de San Juan. Cuando el predicador anunciaba: "Y dichas estas palabras, 389
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