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En julio de 1950 inaugura el alcalde de Quito, Ricardo Chiriboga Gómez, piscina y lavaderos públicos; y otro alcalde de Quito, Rafael León Larrea, abrió en 1954 el acceso a un espléndido parque de recreo. Tales antecedentes han de espolear la acción misionera no sola– mente para recobrar, con paciencia y humildad cristiana, la grey embaucada por la propaganda protestante, sino para educar y pro– mocionar humanitariamente al pueblo pifeño. Desde el núcleo urbano, laderas arriba de empinados cerros, las haciendas cultivadas por braceros indios, cuyo número irá menguando con el tiempo, porque los jóvenes prefieren la capital, en tugurios o bajo los puentes. Parece que los más encuentran colocación, por laboriosos y bien dotados para las artes manuales. De esas haciendas se deslindó, para el cultivador directo, una hectárea o hectárea y media, por imposición del IERAC (Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización). Medida administra– tiva de buena voluntad y de mala consecuencia, en general, porque el ganado del indio no puede pastar como antaño por la finca del amo, sino por el lote adjudicado (guasipungo) a fuer de colono. Haciendas que destacan por su importancia, la de Paluguillo de la familia Delgado; y la de Itulcachi, de los señores Ponce Enríquez, ambas de 10.000 hectáreas; Inga Alto, propiedad del Banco de Fomento, 5.000 has.; Inga Bajo, de unas 3.000 Has., perteneciente a Doña Inés Iturralde, viuda de Gortaire; el Tablón, 1.000 Has., propiedad de la Cruz Roja Ecuatoriana en arriendo a un particular; más de 500 Has. el Palugo y Mulanco; en torno a las 100 hectáreas las de La Cocha, Coliburo, Hospitalillo, Yacumba, Chantac, San Javier Olaya. La hacienda Eya, de unas 50 hectáreas, propia de "La Voz de los Andes". Hay que destacar que los dueños de las haciendas normalmente prestaron toda su colaboración, directa o mediante sus administradores, a la acción misional, sin prevenciones ni repulgos contra una doctrina que pudiera despertar la conciencia social ·y reivindicativa de sus colonos (3). Ignorancia religiosa compartida por blancos, indios y mestizos, en diversa proporción; puesto que ni escasea entre las personas cultas una formación aceptable y hasta esmerada, ni faltan en los indios quienes (aw1que sean los menos) han conservado, como los de las faldas del Imbabura, una limpia tradición del "Astete", con la ventaja sobre blancos y mestizos, de su inmunidad frente al sectarismo de los gobiernos ecuatorianos; tampoco se habían dejado engatusar hasta el 3[L

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