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por el "Estero Salado". En sucesivas oleadas, advenedizos de otras zonas del Guayas y de otras regiones de Ecuador, fueron plantando sus palafitos de guayacán y de mangle, en que, a unos dos metros sobre las aguas, se fijaba la plataforma de madera, que había de sustentar las cuatro paredes de bambú, techadas con plástico de empaquetar. Desde las casas a tierra firme, pasarelas de palo y cañas, ocasión no rara de más de una fatal caída. El primer contingente se estableció en 1967, no sin altercados y choques con las fuerzas de orden público. Las calles actuales fueron durante ocho meses el gran basurero de Guayaquil, que, con sus 80 carros diarios, fue conteniendo el avance de las aguas. Humedad pegajosa, calor insoportable, moscas y zancudos, pestilencia y enfermedades de la piel han sido el tributo pagado por la desecación progresiva del marjal. Mínima la solvencia económica de sus moradores durante la primera década, por lo precario de sus compromisos laborales y lo menguado de sus sueldos, inferiores a lo establecido. Desde maye de 1971 los religiosos de la parroquia de Santa Ana, en cuya jurisdicción está enclavado Alcedo, comenzaron a visitar el barrio. Una señora avecindada en él, Marta de Ibáñez, cedió porción del estero que le había tocado en suerte cuando la invasión de inmigrantes. Una vez desaguado y afirmado el piso, se levantó una casita de guadua o guadúa (especie de bambú), de una sola planta sobre unos 40 metros cuadrados. El gobernador de la provincia, comandante Renán Olmedo González, regaló la terminal de la calle 21, sobre la que se proyectó levantar la capilla de cemento armado, que sirviera de iglesia y de "casa del pueblo" para sus asambleas. El día 27 de abril de 1972, Ramón Echegaray iniciaba su experien– cia en el barrio Alcedo, de pobre entre los pobres. Por el mes de diciembre del mismo año, emprendía la construcción de la capilla "Cristo Resucitado", que en octubre de 1975 era bendecida por el arzobispo de Guayaquil, Mons. Bernardino Echeverría. Y no antes, por falta de recursos para concluirla, aunque no faltaron a la cita con valiosas aportaciones, las instituciones "Adveniat" de Essen ni "Entrée et Fratemité" de Bélgica. Ramón Echegaray acertó a encarnarse tan por entero en su medio ambiente, que hasta la administración de los sacra!Tientos, sin fallar en lo substancial, vino a ser como un servicio obrero. Se granjeó la confianza del vecindario, que, con él, formó una asociación activa, jurídicamente constituída, que consiguió pavimentar las calles con recebo (sin asfalto), dotar de servicio de agua y de luz a muchas vivien– das veteranas, el alcantarillado, teléfono público y otros servicios urbanos. Consiguió Ramón la apertura de algunos talleres, la formación 336

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