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P. Clemente ha conseguido entre tanto de un feligrés generoso, el señor Floresmilo Jácome, piso libre y gratuito en casa levantada, privilegiada– mente, sobre soportes de cemento. Y el día 4 de junio de 1952 sale destinado a Guayaquil Gregario de Mondragón (Rogelio Ballona) que convirtió las pruebas y tanteos en realidad actuante. Al enterarse el ministro provincial, Serafín de Tolosa, de cuanto se venía tramitando, escribió al custodio P. Ruperto: "No dejen de fundar en Guayaquil: un punto neurálgico para la misión y para nuestras comunicaciones, por ser puerto de embarque. Acéptelo incondicionalmente, pues la provincia hará los mayores sacrificios para ayudarles y llevar a cabo esta fundación" (2). Y se reafirmó en su pensamiento después de haber conversado en Pamplona con el prelado José Félix Heredia, procedente de Roma (3). Fue el mismo Mons. Heredia quien, en su furgoneta, condujo al P. Gregario hasta sus futuros dominios: una capilla desconchada por dentro y leprosa por fuera, desnuda de muebles y ornamentos, sin otro tesoro que la imagencita de Santa Ana, que también hoy preside la pa.1.Toquia de su nombre. "La capilla parecía una islita perdida entre aquellas charcas de aguas estancadas y fétidas, con nubes de mosquitos que te acribillaban sin compasión... El panorama que presentaba aquel terreno de Santa Ana me produjo una impresión desoladora". -Esto es lo que pienso darles- repitióle Mons. Heredia con gesto afectuoso y no como a los demás, sino en propiedad" (4). Y su ofrecimiento podía calificarse de liberal por el porvenir que se auguraba a aquel barrio. Con fecha 25 de junio de 1952 se firma en Guayaquil un convenio ad referendum, a que da su asentimiento rubricado, el provincial Serafín de Tolosa (5). Gregario de Mondragón, aunque se siente tan festejado por los monseñores Heredia, que en una ocasión le lleva ante el presidente de la república Velasco Ibana, y Silvia Luis Haro, que le presenta al comité de señoras de Acción Católica (6), abandona el 9 de julio su grata compañía para alojarse en la casa que, provisionalmente, cedía el señor Milo Jácome, y organizar los festejos patronales. Monseñor Heredia le pasaba unos sucres para la pitanza. Con ayuda del comité formado con elementos del centro de la capital y del barrio, y con la desinteresada colaboración de la radio y de la prensa, consiguió Rogelio animar la novena de Santa Ana y que su nombre resonara en la ciudad, ya que no la plata en las alcancías. Cada 318
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