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CAPITULO V SANTA ANA DE GUAYAQUIL, PARROQUIA Y FRATERNIDAD. LICEO La fraternidad capuchina de Santa Ana nació y creció en uno de los barrios más desangelados de Guayaquil, que sobre el barrizal de los esteros plantó y alineó las minúsculas cabinas de las heteras. Cuando habían pasado ya tres años del primer asentamiento y la urbanización había hecho sus avances, pudo aún describirlo el visitador provincial, Ricardo de Lizaso, como "serie de casuchas de caña, sin piso asfaltado ni luz, con charcas inmundas en los esteros y plagas de mosquitos" insoportables (1). Apenas instalados los capuchinos en Ibarra, recibe su custodio, Ruperto de Arizaleta, invitación del obispo de Guayaquil, Mons. José Félix Heredia, S. l. No le gustaría que nadie le tomase la delantera. Y por febrero de 1952 reitera su ofrecimiento en forma oficial. Ni se arredra el custodio, aunque repara en que habrán de afrontarse serias dificultades en los principios, ni se extraña su compañero de visita al solar ofrecido, Clemente de Tulcán, por estero ni por chortal más o menos. Y en Guayaquil se queda el P. Clemente, con sus 73 años de edad, dispuesto a dar los primeros capotazos. Se hospeda en el palacio episcopal, desde donde cada mañana le llevan a la ermita (futura parroquia) para celebrar la misa. Días hay en que se queda de señor y dueño del palacio y de la ermita: de palacio, por las frecuentes entrevistas de sus prelados, Heredia y Silvia Luis Haro, obispo auxiliar, con el cardenal arzobispo de Quito; y de la ermita, porque no se acerca un alma. En medio mes no ha recibido medio sucre por su labor pastoral. Pero la fundación es un hecho. Mons. J. Félix Heredia erige y ofrece la parroquia de Santa Ana, con terreno adyacente, para que pueda levantarse casa e iglesia. Y el 317
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