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ciudadela "Marquesa de Solórzano" a dicha prefectura. Sólo parcial– mente acepta Mons. Langarica, porque entre tanto ha puesto sus ojos en la residencia que acaban de dejar las misioneras AMF en la ciudad de Pifo (95). Gestiona Ramírez con la curia archidiocesana la entrega incondicional del inmueble (sin obligación de mantener un párroco en Pifo), por destinarse a la misión del Oriente (96 ). Y cuando se recibe la concesión de la curia diocesana, Mons. Langarica renuncia a la casa de Pifo, porque en su entrevista con una comisión del pueblo se ha con– vencido de que le reclaman colegio y residencia como algo pertenecien– te a la comunidad vecinal. Replica el vice Ramírez que, puesto que se habían cumplido las condiciones requeridas, debe abandonar en tér– mino de seis meses cuantas dependencias y oficinas mantenía la misión de Aguarico (97). En el ínterin había estado gestionando el vice S. Ramírez la entrega del "San Lorenzo de Brindis", con fines educacionales y depen– dencia espiritual de los religiosos de la fraternidad, a los corazonistas de Medellín (22 de abril 1972), de Coca (según carta a Fr. Clovis) y de Madrid, todos los cuales creo forman la misma provincia religiosa, cuyo superior, Julián Gómez Montoya, reduce con su negativa a desengañado silencio tan generosas ofertas (98). No procedía Santiago Ramírez por exclusivo carisma personal. CUando la asamblea del año 1971 (Quito, 1-5 de marzo), 15 de los 24 asistentes votaron por el abandono de la fundación colegial quiteña. Y en la interpretación que hace de aquel congreso custodia!, escribe a Vicente Echarte: "Queremos recuperar el sentido evangelizador y de pobreza; dejar algunas estructuras, como casas grandes y enseñanza. Estar más cerca del pueblo y ser más pobres". Escribió al definitorio general, de donde se le ha respondido que espere las conclusiones del I CPO: "Pensar en labor pastoral, parroquial, formación de grupos y evangelización. La enseñanza en el definitorio en principio la excluimos, se entiende el llevar colegios o escuelas" (99). La asamblea anual de 1972 (28 de febrero - 3 de marzo) insiste comunitariamente en la necesidad de socializar los bienes, como forma de vivir auténticamente la pobreza evangélica en un mundo en que la injusticia y la miseria, según las conclusiones de Medellín, están de asiento. Y los definidores generales, Clovis y Lázaro Iriarte, consultados sobre aquella orientación radicalmente revolucionaria y franciscana de la viceprovincia, elogiaron con fuerza aquellos pujos de renovación (100). Flaco servicio hicieron los ponentes José Luis Herrera (secularizado en 1973) y José Antonio Oroquieta (año 1977), que supieron predicar, mas no dar trigo. 291
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