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252 y gritar; lágrimas de alegría saltaron de nuestros ojos; nos parecía mentira lo que eslábamos viendo: aquel gritar de los indígenas desde aquella allura, aquel levantar y bajar los arcos y flechas, aquel correr de un lado a otro, nos parecía una cosa fantáslica. ¡Y era la verdad! Después de permanecer así como media hora, segui– mos andando, pero sin cesar de dar gritos y llamando a los indios para que bajaran de aquellas alturas . De este modo descendimos y llegamos a un arroyo llamado por los indios Kirimosa. Al día si– guiente todos los expedicionarios comenzaron a subir aquella altí- NJíias de prime1~a <~0111t1niún del Orfelinato de ~azaret (Guajira). sima colina, sobre la cual se hallaban de nuevo los indígenas del día anterior, en número de unos cincuenta, los cuales, a las prome– sas de paz que hacían los expedicionarios, iban poco a poco des– cendiendo y aproximándose. «Guatilla, manso-decían los expedi– cionarios-; Sikaro, manso; yuca Maraka, manso; tuara manso. Tinca petama un caché oisémaye : amos sustutupo cosicha, ma– chete, etc. »; todo lo cual quiere decir: «Los civilizados e indios que os van a visitar estamos mansos, nada os haremos» . Al fin llegó el momento del solemne encuentro, que fué a las nueve menos cuarto de la mañana; y entonces hubo abrazos, entrega de cuchillos, ma– chetes, mantas, cambio de flechas y arcos por los indios... ; hasta el santo Crucifijo y el santo hábito pidieron o querían cambiar por los collares que llevaban puestos. Hubo expedicionario que se quedó
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