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251 Padre Toma, manso; Olivella, manso. Machete, hacha, ropa, topi– che (eslabón)». Manastara contestará: «Manso, manso», y dirá unas frases incomprensibles. Nosotros contestaremos: «Manso, manso» . Entonces Juan se adelantará, y nosotros seguiremos detrás de él . Al ponernos al habla con Manastara, le daremos un abrazo, y él nos obsequiará con algunos regalos y comida. Hasta aquí todo lo que pudimos comprender del indio Lucero (ll». El P. Bernardo de Torrijas, acompañado de algunos gendar– mes, fué a la región habitada por Manastara y cumplió con el cere– monial indicado por el indio Juan Lucero, quedando esta ranchería también reducida. INDIOS MOTILONES DE SIKAKAU La expedición a Sikakau fué llevada a cabo por el P. Camilo de lbi, acompañado de los Sres. Lázaro Montecristo, Víctor Avila, Lucas Estrada, Buenaventura Navarro, José Concepción Vidal, Dionisio Díaz y José Manuel !guarán, y veintisiete indígenas. La expedición, si no fué larga, fué muy penosa, no encontrando a los indios si no después de andar cinco jornadas, habiendo salido de San Jenaro (Maraka). Dice el P. Camilo de lbi, después de haber an· dado la cuarta jornada: «Mucho sufrimos en ella. Ya no paramos de subir hasta llegar a la cima de la cordillera de los Andes. ¡Hermo– sísimo panorama se descubre de allí! Extensísimas sabanas, capri– chosas colinas, espesísimos bosques, deleitoso murmurio de las aguas que corren por los ríos y arroyos, frondosidad de la tierra .. . Empezamos a caminar por aquellos encantadores paisajes, y cuando no habíamos andado legua y media, un indio exclamó: «¡Papachi, Papachi, casa yuco!» En efecto, con el auxilio de los gemelos divisé lejos ... muy lejos, y en medio de una verde sabanita, una enramadita de los indios de Sikakau . No pude contener el entusiasmo y exclamé: «¡Viva Colombia!» Fué aquel un momento indescriptible; contestado ese viva, siguieron otros y otros, dados por los expedicionarios. Todavía no había decaído nuestro entu– siasmo, cuando otro mayor se apo·deró de nuestros espíritus . Suce– dió que unos indígenas que vivían en la parte norte, al oír nuestros vivas, subiéronse a una colina altísima y desde allí empezaron a dar desaforados gritos. ¡Imposible de describir esta emocionante es– cena! Se formó un nudo en la garganta que me impedía dar vivas (1) Fragmento de una carta de D. Pedro O llvell a.
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