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240 unir, siendo, al parecer, la causa de que estos indios sean tan enclen– ques y raquíticos en algunas regiones o rancherías, pues hay algu– nas rancherías que parecen liliputienses. Entre estos indios existe el divorcio, bastando cualquier causa para separarse, tanto ellos de ellas como ellas de ellos, juntándose en seguida con otras o con otros. Los indios padres no tienen ningún cariño a sus hijos, pagán– doles los hijos con la misma moneda; no así las madres, pues éstas les aman entrañablemente. Estos indios, como todos los demás, tienen también su baile, que llaman de la «Sapara». En este baile no usan ningún instru– mento, es sólo cantando, y lo bailan cuando cosechan el maíz y en los nacimientos de sus hijos . Este baile consiste en lo siguiente: sacan de raíz la «sapara», o sea toda la caña del maíz, y luego le cortan todas las hojas y la dividen en trozos de unos treinta centí– metros. Hecho esto, hacen tantos hoyos cuantas son las matas o los trozos de la caña y las plantan en línea recta. Ya plantadas, se colocan los indios delante de ellas en la misma forma con la cabeza cubierta y con el arco y las flechas debajo del brazo. En seguida comienzan a cantar, y a los tres o cuatro minutos comienzan el movimiento adelantando dos pasós y retrocediendo otros tantos, o tres pasos adelante y tres atrás, según el compás del cántico. Así están bailando un cuarto de hora poco más o menos, y al fin sigue una espantosa gritería, durante la cual todos disparan una flecha que clavan en la «sapara». S igue a esto un ratito de descanso, que aprovechan para reír y cambiar impresiones. Luego sigue otro rato de baile, pero al final ya no disparan sus flechas, sino que sacan la que en el anterior han dejado clavada en la «sapara». De esta ma– nera están bailando toda la noche o más, según la chicha que de antemano han preparado. También las indias toman parte en este baile: ellas se colocan detrás de los indios y siguen todos sus movimientos, cantando como ellos. Este baile, a pesar de su monotonía, durante la noche es impo– nente. Aquel canto tristón que resuena en medio de los bosques, aquellas pisadas fuertes y al compás del cántico, aquella gritería al final, aquel chasquear las flechas y aquellas carcajadas que ponen término a tanta algazara, son cosas que dejan el ánimo del que las presencia con tal impresión, que le obligan a guardar el más pro– fundo silencio. Si el baile es para festejar el nacimiento de algún hijo, a éste

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