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237 que, de comerlo así, perderían el oído y la vista; pero al ver que los misioneros lo comen, y que nada les sucede, empezaron a comerlo sin temor y sin miedo. Casi todo cuanto llega a sus manos se lo comen. Comen las plumas de las aves, las avispas o crías de los avisperos, las rafas, cierta clase de gusanos blancos que sólo verlos producen asco, las hormigas grandes, a las cuales llaman ellos «cayavo»; las monas ' las marimondas, etc. Para comer esta clase de animales, ni los pelan ni los destripan; una vez muertos, los echan al fuego, y cuan– do están algo tostados, los descuartizan y los conservan para ir comiéndoselos, ora como los han sacado del fuego, ora hervidos sin sal. Para dormir no usan ni hamacas ni chinchorros; a lo más, se tienden sobre una esfera de palma, confeccionada por ellos mismos, o sobre unas hojas de plátano u otra cosa por el est ilo. Esta es or– dinariamente su cama; los pies los colocan casi pegados al fuego. Es curioso el método que emplean para cazar marimondas, monas y otros animales. Salen a cazar en grupos, y cuando en un árbol ven a un animal, se suben todos y cercan el árbol, y el animal ya no puede huir, y cuando están cerca de él, disparan su certera flecha. El animal que caza uno no lo come, por temor de perder la puntería . Estos indios, mientras son jóvenes, son trabajadores; pero después de los cuarenta años les gusta poco el trabajo; sin embar– go, la mayor parte de ellos tienen su rocita más o menos grande, la cual trabajan y de la cual cosechan todo lo necesario para vivir; lo que principalmente cosechan es maíz, guineo, fríjoles y algo de yuca. Cuando escasean de todo esto, se van a pescar, a cazar o a recoger guaimaro. Estos indígenas hilan y tejen algodón, con el cual confeccionan mantas muy finas. También hacen catebres, esteras y abanicos; los catebres y abanicos suelen hacerlos los indios; las mantas de algo– dón y las esteras , las indias.
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