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232 las casas quedaron casi desiertas, inmenso gentío se agrupó a las afueras de la población. ¿ Y qué era? Un grupo de cincuenta indios, entre hombres, mujeres y niños que bajaban de la montaña condu– cidos por el D. Tomás, y aunque turbados y con paso incierto, se dirigieron al pueblo de Codazzi, no armados y en son de guerra, sino mansos com_o tiernos corderillos. La población les colmó de regalos, y transcurridas tres horas, dijeron los indios a los misio– neros: «Jinca, jinca , vámonos, vámonos», y nadie los pudo de– tener ya. El P. Bernardo de Torr-ljas con un g rupo de indios motilones Poco después, el D. Tomás, acompañado del Sr. Massón, médico, Miguel Avila, Pedro Olivella y Lino Dino y Zapata empren– dieron una excursión, yendo directamente a los ranchos de la Duda, donde pasaron la noche, y al día siguiente marcharon a las rancherías del Milagro y de allí a las rancherías de la Divina Pastora. En todas partes fuernn muy bien recibidos por los indios y muy obsequiados con yuca, ahuyama, maíz, bollos y caña dulce. Los expedicionarios, a su vez, les regalaban mantas y otrns objetos. Cuando llegaban a las rancherías, los indios los recibían con este saludo: «Yaqueno, manso, manso», palabras que repetían muchas veces.

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