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para que viese hac ia dónde se habían internado los indios, la cual regresó el día 7, sin poder ver ni rastro de ellos, pues hasta una ranchería que encontraron estaba abandonada . Las provisiones comenzaron a fallar, por lo cual, el Vicario Apostólico dispuso el regreso; pero a la vez decía : «No, no es po– sible que la Santísima Virgen permita regrese tan desconsolado». Apenas acabó de pronunciar esta frase, he aquí que de pronto se oye la gritería de los indios. Para no perder la ocasión, dispuso el Vicario Apostólico que el P . Arias y el P. Salvador de Pinarejo y algunos hombres más, fueran hacia ellos, y el mismo Vicario Apos– tólico siguió detrás . Poco hubo que andar, porque los indios esta– ban ya cerca, así es que cuando llegaron allá comenzaron a darles machetes, hachas, mantas y pañuelos, en sus propias manos, reci– biendo, en cambio, de los indios otros objetos. Cuando ya no tenían qué ofrecerles, porque lodo se lo habían dado ya, quitáronse los sombreros y se los regalaron también. La alegría fué común y grandísima entre lodos; la música tocaba en el campamento y los indios sallaban de alegría. En fin, después de continua zozobra, de incesantes reclamos, de ardorosas invitaciones, de regalos y dádivas, tuvo el consuelo, el Vicario Apostólico, de estrechar las rústicas manos de aquellos habitantes de la sel va y de recibir sus arcos y flechas. Fué tal el entusiasmo y la emoción del Vicario Apostólico, que, a no impedirlo sus acompañant es, les hubiera entregado hasta el pectoral que col– gaba sobre su pecho. La conquista de estos indios fué una gloria para todos los expedicionarios, puesto que con tan buenos augurios comenzaba la obra redentora de la reducción de los indios motilones . Después de este encuentro tan consolador, los expedicionarios regresaron a Codazzi, haciendo su triunfal entrada el 7 de sepliem · bre, a las doce de la noche, siendo recibidos por todo el pueblo y la banda de El Valle, que acompañó a los expedicionarios por lodo el pueblo tocando la Marcha Real, dirigiéndose al templo pa– rroquial, donde se canló el Te-Deum en acción de gracias y luego la Sal ve a la Santísima Virgen, y terminados estos cantos litúrgicos, el Vicario Apostólico, lleno de gratitud, colocó en el cuello de la imagen de la Di vi na Pastora su cruz pectoral con la cadena que había prometido como exvoto, y también los collares que los indios le habían ofrecido en sus propias manos, dirigiendo luego la palabra a la concurrencia, retirándose en se– guida a descansar.
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