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205 »Las nubes también ofrecen sus bellezas . Cuando pasa una tor– menta se van poco a poco disipando las nubes que cubren el hori– zonte y toman distintas formas y coloridos caprichosos, modelando eti el cielo fantásticas flg·uras que se destacan en el fondo azul del firmamento. Acababa de llover; las nubes , como avergonzadas de haber bañado tan reciamente la tierra, se iban poco a poco bajando para reconciliarse con ella, hasta besarle los pies; nubes que baja– ban y subían, tomaban una dirección y la desandaban; volvían a inclinarse hasta lo profundo del valle, y se levantaban hasta lomar una posición tranquila y reposada junto a la madre tierra, como si fuera común el lecho de ambas, como lo era el de su primer origen . »El sol, al relirarse de la escena, teñía con débiles reflejos aque– llas nubes que momentos antes aparecían tan turbu lentas e inquietas . Nosotros, desde nuestro observatorio, descubríamos el gran labo– ratorio de la Naturaleza, donde la luz, en asocio del agua y del aire, elaboraba meteoros, que llevaban la destrucción y la muerte a la tierra». Nuestros excursionistas, bien temprano, dejaron atrás el pára– mo de Mukuamalagueka, que estaba cubierto de esca rcha y donde el termómetro marcó 2 grados centigrados . Debajo de las crestas de aquellos montes se veían dos profundísimas lagunas, que dan principio al Riofrío. El indio que les acompañaba aconsejó que, al pasar junto a dichas lagunas, que no grifaran, porque se ponían muy bravas y mataban a la gente . Los mision eros se encargaron de demostrarle lo contrario, gritando mucho y arrojando piedras. En su camino hacia el sur, encontraron g randes extensiones de terreno admirables para el cultivo de papas y legum inosas . Otras dos lagunas encontraron en este camino, que forman también cabe– ceras del Riofrío; por fin llegaron a la cabecera del río Sevilla y a un rancho que posee el <(Mama» Juan Jacinto, llamado Guekata– baca, que está situado a unos nueve mil quinientos pies sobre el nivel del mar, donde pernoctaron. Al siguiente día , y muy de maña– na, salieron en dirección a Eibiklak, y, faldeando un cerro cubierto de paja, fueron a parar a un punto desde donde se veían los valles de Riofrío, Córdoba, Orihueca, Sevilla y C ataca. «Bajamos-dice el D. Segismundo-por una pendiente muy fuerte, hasta llegar a la loma que separa el río Orihueca del Rio– frío, conocida con el nombre de Eibiklak. En verano no es malo del todo este camino; mas en invierno, con gran trabajo, pueden pasar los bueyes ; pero nosotros no podíamos salir de aquellos pro– fundos barrizales . Metidos constantemente en los charcos, no creíél-
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