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191 dicho señor muy amante de la Misión . El Comandante del Resguar– do no pudo ofrecer una lancha a propósito para aquella arriesgada empresa. Entonces solicitó permiso para que saliera del puerto la goleta llamada «El Paso», de propiedad particular. El Comandante le respondió que bajo su responsabilidad podía disponer de ella. En– tonces el Sr. Bernier se dirige a la goleta «El Paso», sube a bordo, se entrevista con el Capitán y le revela su designio; mas cuando esperaba un signo afirmativo, se encuentra con la negativa. Insiste el Sr. Bernier, y siguen nuevas negativas; entonces empuña, vale– roso, su revólver y amenaza con la muerte tanto al Capitán como a los individuos de la tripulación. El Capitán, ante actitud tan heroica, declina su responsabilidad y deja la goleta en manos del Sr. Bernier, poniendo a sus órdenes la tripulación. En seguida el Sr. Bernier manda izar las velas, leva anclas, reza a la Virgen de los Remedios, Patrona de Riohacha, y comienza a luchar con el irreconciliable mar, que levanta sus olas borrascosas sobre la sal– vadora nave. Sólo hay ocho horas de navegació.n desde Santa Marta hasta la ensenada del «Cinto», y sin embargo la nave lucha con el embra– vecido mar dos días y dos noches, que no puede tomar puerto por– que las gigante~cas olas y las corrientes la arrastran . Ante la difi– cultad de tomar tierra, el Sr. Bernier deja la nave, y tomando de la misma la lancha salvavidas, rompiendo con dos pequeños remos las gigantescas olas, logra llegar a la ensenada del «Cinto», salta a tierra, pero cuál no fué su sorpresa al no encontrar a nadie en aquella ensenada. ¿Qué habrá sido de las misioneras? ¿No fué este el lugar del siniestro? ¿Habrán sido devoradas por las fieras? ... Grita ... busca gritando, hasta que por fin logra ser oído por los náufragos, que allá lejos, guarecidos en una obscura cueva de fieras, estaban esperando la salvación o la muerte. El encuentro no pudo ser más patético y conmovedor. Como la lancha era pequeña, sólo pudieron embarcar las misioneras para llevarlas a la goleta, y cuando estuvieron en ella, el Capitán volvió a por los cuatro jóvenes riohacheros. Como la goleta tardaba en regresar a Santa Marta, todos creían que había naufragado también «El Paso»; pero cuando vie– ron en lontananza que regresaba, toda la población se dirigió al puerto para saludar a los náufragos y darles el parabién . Una vez desembarcadas las misioneras, se dirigieron a la Capilla de los Capuchinos para oír la Santa Misa y dar gracias al Señor por el inmenso favor recibido .
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