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189 Embarcadas en Santa Marta en la goleta «Restrepo», dirigié– ronse a Riohacha; poco habían andado, cuando pudieron darse cuenta que se encontraban, no en las apacibles aguas del Magda– lena, sino en las del inmenso mar, que rugía a sus plantas, brindán– dolas todas sus brutales rudezas en medio de gigantescas olas. Seis horas llevaban de navegación, cuando el Capitán del velero mandó orzar, para sentir con menos intensidad la acción del furioso enemi– go, que venía sacudiendo el navío rato ha . En el cabo de «Punta Aguja», el mar estaba, como de costumbre, airado e inclemente, siendo inútiles cuantas maniobras se efectuaban a bordo para salir de aquel trance. Horas de lucha eran aquéllas, y dibujáronse recelos de tintes negros y desesperantes, sospechas de inminente naufragio, las cuales, como era natural, sumieron a los navegantes en el ma– yor abatimiento. El vendaval arreciaba, y los golpes de mar que la pequeña nave recibía eran cada momento más fuertes, hasta que uno de ellos arrancó y se l levó, como diminuta paja, una de las costuras de estribor . El naufragio era inevitable ya; el agua que por el boquete en– traba no podía ser atajada ...- Comenzáronse a sentir los primeros sudores tétricos del naufragio ... cundía el pasmo .. . unos lloraban ... otros rezaban ... todos clamaban e invocaban a la Estrella de los mares, que calma las tormentas y apacigua las olas. En caso tan desesperado, viró el barco y púsose proa a tierra, y las olas, como montañas, amenazaban estrellar la nave contra los arrecifes y acan– tilados de la Sierra Nevada. Entretanto, el peso del agua iba hun– diendo insensiblemente la barca. El huracán arreciaba y la nave no parecía sino un juguete entre las zarpas de una fiera; por fin, la barca encalló muy cerca de la orilla, en un banco de arena . Entonces aquellos bravos marinos, que tan familiarizados estaban con las aguas del mar, echaron al agua la diminuta lancha salvavidas, y luchando a brazo partido con el monstruoso mar, colocaron en ella a las cuatro misioneras, y remando hacia tierra lograron, des– pués de desesperados esfuerzos, desembarcarlas en una pequeña playa de arena . Ya estaban salvadas; pero, ¿dónde? En una playa desamparada, inhabitada, sin abrigo, sin comida y sin agua; entre– tanto, la nave velera, rotas las velas y casi deshecha, fué tragada por las tumultuosas aguas, sin dejar señal de su existencia. Salváronse los náufragos, saliendo milagrosamente del peligro de muerte; pero ahora ¿quién los salvará? No fueron víctimas del fragoroso mar, pero pueden ahora perecer de hambre, de sed, o lo que sería peo:·, entre las garras de los tigres cuyos rugidos hacíanles

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