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184 el personal del Orfelinato; la obra era buena, era obra de Dios, y al fin confiaban en que la obra triunfaría de todos sus enconados enemigos. Cuando en el Orfelinato de San Antonio se devoraban las amarguras de la ca lumnia y de la persecución, que contra la obra y sus directores se cernía por todas partes como aire maléfico, lle– garon al Orfelinato dos re– ligiosas, llamadas Sor Ele– Fr. Luis <le IJo~oJ,i, con varios niños del Orfolin;ii·o de t;an Anl·onio na de Barranquilla y Sor Verónica de San Juan de Rioseco, almas verdadera– mente dotadas de temple seráfico, dispuestas a sa– crificarse por su prójimo. Como los indios ya de por sí eran refractarios a llevar a sus hijos al Orfeli– nato, las predicaciones que en este sentido les hicieron los enemigos de la obra de los Capuchinos acabaron por completo de alejarlos del Orfelinato; entonces Sor Elena y Sor Verónica resolvieron lo que a los ojos de muchos será una locura, pero una locura propia de santos y de esas almas de gran temple, que arden en el amor de Dios y del prójimo. Resolvieron, pues, hacer varias excur– siones por la Guajira para recoger cuantos niños y niñas pudiesen, con permiso de sus respectivos padres. El proyecto era arriesgado y peligroso; pero fiando en la protección de Dios, montaron en sus caballerías y, debidamente acompañadas, empezaron sus correrías, pues era el único medio de tener indiecitos e indiecitas. Dios ben– dijo el heroísmo de estas dos intrépidas misioneras, teniendo el consuelo de regresar siempre al Orfelinato con varios niños y niñas. Lo que estas religiosas sufrieron en sus largas y penosas

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