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1--14 dirigió a los cerros más altos y pendientes, fronteros al barrio de Santa Bárbara; y aunque varias veces quiso volverse por lo largo y fragoso del camino, que se elevaba sobre las rocas y empinadas peñas, cediendo a la suave violencia que lo impelía, al fin cobró ánimo y fué subiendo hasta que llegó al pináculo de uno de los cerros de la peña, adonde iba, y que extendiendo la vista por los inmediatos, alcanzó a ver en otro de ellos un resplandor grande y extraordinario, que no era de la luz natural del día, sino muy supe– rior a ella, y en medio de la piedra o picacho, rodeado por tales resplandores, divisó unas efigies semejantes a las de Jesús, María y José. En vista de tan extraña novedad determinó ir a buscar lo que veía, y acelerando el paso, trepó cerro arriba hasta llegar al sitio de la visión; pero llegado allí, nada encontró. Con el ardor del sol y lo dificultoso de la subida, y la agitación y fatiga consi– guientes, viéndose acosado por la sed, trató de retirarse, y bajando por una de las faldas de la peña encontró, en una angostura, una piedra redonda y hueca, en forma de vaso de una pila, llena de agua pura, fresca y transparente. Bebió de ella la suficiente para saciar su sed; y después de haber descansado, entró en nuevos deseos de volver a registrar lo que le parecía haber visto, y tomando la misma senda subió otra vez a la peña conocida; fijando con más atención la vista, descubrió clara y distintamente aquellas imágenes que había visto esculpidas en todo el ancho de la piedra, a saber: la Virgen María con el Niño en el brazo iz– quierdo, al Patriarca San José con una especie de fruta en la mano, y al lado derecho de la Virgen un ángel sosteniendo una custodia en sus dos manos; todos en pie, de estatura natural y de modo que se distinguían bien los cuerpos o figuras. »Cerciorado bien de lo que había visto, regresó a la ciudad, y se fué al convento de los Padres de la Compañía de Jesús, y dió noticia de todo a los Superiores, quienes le oyeron con cuidado y atención, y saliendo de allí, fué comunicando el hallazgo a todas aquellas personas que creía podían interesarse y tomar con empeño la investigación de la verdad del relato». Con tan maravillosa y pe– regrina noticia comenzó el pueblo a alborotarse, ansioso de ver cosa tan estupenda, y muchos subieron, guiados por León, al lugar o peña donde decía estaban esculpidas las imágenes. A consecuencia de un hecho tan innegable, se practicaron todas las diligencias necesarias para probar su verdad y su autenticidad. Por disposición del Gobier– no Eclesiástico y Civil y sus respecti vos Cabildos, con ay uda del arte, se pulieron , limpiaron y barnizaron las sagradas imágenes en

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