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141 Por doquiera se respira en este Santuario y sus dominios un ambiente purísimo, perfumado por la emanación de las flores silves– tres y por los grandes bosques de eucaliptus, que baten sus ramas en las hondonadas y en los flancos del cerro . El viento susurra mu– sicalmente, unas veces suave, como leve brisa, otras desciende de la serranía, violento y estruendoso, como un vendaval, que va a extinguirse en la plácida quietud de las campiñas sabaneras. Reina allí una paz que pudiera llamarse beatífica, porque pre– dispone el ánimo hacia la contemplación de la naturaleza y el pen– samiento de las cosas eternas. Allí no llega el ruido de la capital, ese ruido peculiar de las grandes ciudades, que semeja el rumor sordo y lejano de una tempestad . Tan sólo a veces resuena en el silencio el tañido de las campanas, o el pitazo de un tren que parte veloz con su penacho de humo.

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