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mente el tiempo de su destino, por no afltglrlos, especialmente a su ouena madre. «Mi queridísimo hemano-le dice-: Escribo la pre– sente para comunicarte una noticia que hoy he recibido, y para que la comuniques a mi madre y hermanos. Según carta de nuestro padre Provincial, que actualmente está en Pamplona, mafiana saldré para esta ciudad, y probablemente saldré en seguida para· Roma. Ignoro cuántos días estaré en la Ciudad Eterna; ya os lo diré cuando tenga notlcias más concretas que comunicaros, pues las de hoy son muy vagas; pero, de todos modos, me ha parecido conveniente preve– niros, para que no me escribáis hasta que yo os indique la dirección a que habéis de hacerlo.• Más tarde comunica a su sefiora madre, que: «Yo he sido llamado para ayudar en los trabajos de Secretaría General de la Orden y, por tanto, mi estancia es por ahora indefi– nida, aunque esto no excluye, ni mucho menos, la posibilidad de algún viaje de visita a la tierra natal. De todos modos estoy aquí por obediencia, y, por tanto, estoy plenamente contento.• (Cartas del 11 y 29 de julio de 1908.) Como el padre Fernando era un gran mecanógrafo, de tal suerte que él mismo descompuso y arregló a su modo los tipos o teclas de la máquina para escribir aún con más rapidez, prestó valiosísimos servicios en la Curia, dado por otra parte su buen carácter, su espíritu de laboriosidad y su rendida obediencia. Pero, con el trabajo de escritorio supo unir maravillosamente sólida piedad, de tal suerte que sus paseos ordinarios en Roma se reducían a visitar una iglesia que distaba un kilómetro de la Cuna, y en donde estaba expuesto diariamente el Santísimo Sacramento. En cierta ocasión le concedieron quince días de vacaciones, para pasarlos en la ciudad de Génova, mucho menos calurosa que Roma. El los aprovechó principalmente para hacer ejercicios espirituales. como se lo participa en carta a su madre, con fecha 29 de noViembre de 1909. «Regresé de Génova el 20 de octubre, y desde entonces estoy entregado aqui a las ocupaciones de mi vida ordinaria. En aquella ciudad estuve unos dieciséis días, la mayor parte de ellos en ejer– cicios espirituales, los otros saliendo lo menos posible de casa, a pe– sar de las instancias que me hacían para salir a ver monumentos, etcétera. Ya nada me llama la atención, y nada necesito ni me gusta tanto como el reposo, el ·retiro y el sl.lencio.» Aquella vag.a y consoladora promesa de que el estar indefinida– mente destinado a Roma no excluía la posibilidad de algún viaje de visita a la tierra natal, tuvo en el padre Fernando realidad, porque cuando el padre General de la Orden venía a visitar las Provincias Capuchinas de España o a prisídtr Capítulos Provinciales, de ordtna– rio le acompaf'iaba el siervo de Dios, en calidad de secretario, y al- 88

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