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wmente los recordaba en mis oraciones diarias), no pudiendo alejar de mi !:lci!mente la idea de que sufrían po mi silencio, sin que yo pudiera consolarles. El objeto de la presente es anunciarles que ayer se celebraron las votaciones y he tenido la dicha de ser admitido a la profesión con otros cuatro novicios. >Cuanto diga a ustedes de la felicidad que he disfrutado durante el año de noviciado tiene que resultar palidísimo ante la realidad, pues ha superado a mis optimistas previSiones. La V1da aquí es un verdadero paraíso, y puede decirse que para mi todo ha sido llano y sin dificultades. Toda aquella montaña de dificultades que una falsa prudencia me presentaba durante tantos años que en el mundo he vivido amando la vida rel¡giosa, pero sin resolución para decidirme a ab::azitrla, se ha desvanecido como humo. La salud ha sido exce– lente: no he .tenido aquellos perniciosos catarros que antes me mo– lestaban con frecuencia, ni otra enfermedad alguna. Este régimen alimenticio me sienta admirablemente y me encuentro mejor que nunca. Puedo a~egurar que he rejuvenecido, que me hallo mucho más fuerte que antes. Esto por lo que hace al cuerpo. »En lo que se refiere al alma) no tengo palabras para expresar la felicidad que siento: verdaderamente que la vida religiosa es la felicidad del cielo anticipado; no concibo en la tierra vida más di– chosa. Ahora me explico un fenómeno que siempre me llamó la aten– ción, y es que así como en el mundo raro es el que está contento con su suerte, no se encuentra un religioso que no esté alegre, con– tento y feliz. La tranquilidad de conciencia que aqui se diSfruta y la imperturbable paz de espíritu son lo único que puede dar la ver– dadera alegría. Ya tengo todas mis aspiraciones satisfechas, ya des– apareció aquel angustioso vacío que antes veía en lontananza al contemplar las oscuridades del porvenir, ya no siento aquel penoso abatimiento que me helaba el corazón principalmente los domingos por la tarde, cuando era como obligatorio el divertirse: ya he alcan– zado la tranquiUdad y la calma. Es que Dios es mucho más bueno y mucho más generoso de lo que ordinariamente nos figuramos. y paga con el ciento por uno, aun en esta vida, los sacrificios que por su amor se hacen. Al ver lo que libros espirituales y personas religio– sas dicen de la vida del claustro, podría muchas veces creerse que pon– deraban para pescc:tr gente. ( i'Como si aquí se necesitase más gente para ser feliz!). Y, sin embargo, es rigurosamente cierto-como decía Santa Magdalena de pazzis-, que ISi los del mundo conocieran los encantos de la vida religiosa, escalarían los conventos para habitar en ellos. Por lo dicho, podrán comprender lo satisfecho que estoy; y, en efecto, lo estoy tanto, que no me cambiaría por el hombre más feliz de la tierra, ni renunciaría a mi vocación aunque me dieran 86

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