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74 ANUARIO MISIONAL nosotros, los cristianos, adoramos al Creador del cielo y de la tierra que es anterior a los dioses y a los emperadores. Nosotros adora· mos a un dios que es espiritual y verdadero. No ol más; pero a media noche, cuando el excesivo calor del kang me desveló, aun sorprendl a mis dos viejos sentados, hablando de la salvación del alma. El Bigotiños seguía tirando de su larga pi– pa, el amo de casa atizaba de tarde en tarde el candil somnoliento.. .. En el cielo, recortado por el tejado de una casa vecina, temblaba, tal vez de frio, una estrella violácea; el silencio saliendo de hondona· das y barrancos envolvía la cordillera en profundas meditaciones.... Los dos viejos, sobrecogidos por la majestad de la noche, sacudie– ron sus pipas, desnudáronse y cubriéndose con sus propios vestidos se acostaron a mi lado; un momento después, et candil abandonado palidecía en agónico chisporroteo y moría dulcemente, abandonando también la casa a la oscuridad y al silencio. No habla amanecido todavla, cuando el ladrido de los perros y las voces de los arrieros que arreaban sus burros hacia Ping-liang, despertaron a la aldea dormida. En el cuarto vecino oyóse le respi– ración jadeante de un fuelle. Los caballos relincharon y la puerta de nuestra h11bitación abrióse a impulsos de un poderoso puntapié. Un mozo de enmarallada trenza entró con una taza de agua hirviendo y nos invitó a hacer nuestra toilettl! ma;,anera. Levanteme pues y ba– jando mi estatura hasta alcanzar con cara y 'manos la improvisada jOfaina colocada en el suelo, hice mis abluciones matinales. Des pués llegaron mis dos viejos, y en la misma taza hicieron también sus lavatorios. La Santa Misa en el monte. La gente,entre tanto, rebullía por el patio y asomábase a 1a puer– h., siguiendo con creciente curiosidad los preparativos que hacíamos para instalar el altar portátil. Poco a poco una mesa de un metro es– caso de larga, fué transformada en altar y trono del Rey de reyes, que en breves momentos iba a tomar posesión de aquella casa y de aquellos montes que aún le desconocian. No bien hube terminado los preparativos, advertí que el Bigotiños, sentado en cuclillas y balan– ceándose atrás y adelante guardaba un recogimiento extraordinario y asile pregunté: Anciano Wang,es que quieres confesarte? Si, Pa– dre; pero aquí no tenemos lugar a propósito.. t\o te apures por eso: en tierras de paganos tenemos muchas facilidades para estas cosas. Tráeme el envoltorio de los ornamentos y verás que pronto anna· mos un confesonario. Pedi al amo dos cuerdas, las até a las extre– midades del pallo y sujetando uno de los externos a la horqullla de

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