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ANUARIO MISIONAL 51 laftoas que tanlo aman a la Mísión a procurarnos las posibili– dades económicas con que poder resoloer inmediatamente el oroblema de nuestro nu!dlco?... Hoy han sido los funerales, la conducción del cadáoer ha constituido todo un acontecimienio, como podrd darse cuenta oor las fotos que le ad/unto. fR PEDRO BAL'TISTA oe Tol.OSA O.M. CAP. HUYENDO DE LOS COMUNISTAS La noticia se difundió como reguero de pólvora, produciendo entre la gente el pánico consiguiente. Los comunistas, de cuyos de– seos e intenciones de penetrar en el Kansu, se venia hablando, si bien no como de cosa inminente, habían ya transpasado las fronte– ree provinciales, sin que fueran suficientes para impedirlo los pocos soldados que entonces había, y saqueado algunas Estaciones misio– nales de la vecina Misión de los PP. Capuchinos alemanes. Algu– nos de dichos Padres llegaron a Pingliang con varias monjas: de los demás se ignoraba el paradero. Habla quienes daban por cierfo el que hubieran caído en manos de los Rojos. Todo esto lo supe el dla trece de agosto, por medio de una carta que me envió, con un propio, el P. jenaro de Artobia. La carta lle– gó a las diez y media de la noche. No es para dicho el pánico que se apoderó de mí en aquel momento, pues Ylltuchen, lugar donde me encontraba entonces, y sigo todavía, es una pequeíla aldea sin más defensa que la de una veintena de policías, que en los momen– tos de mayor apuro, corren a refugiarse en la próxima cit:dad de Kingchow. Aquí es a donde mandé bajar, al dla siguiente, día 14, víspera de la festividad de la Asunción de Nuestra Seílora a los cie– los, a todas las arnas de la Santa Infancia, a las que hubo que lle– var en las ancas de mi caballo al pasar el río, que se encuentra en las proximidades de dicha ciudad, río cuyas aguas me son harto co– nocidas, pues son ya dos las veces que me he zambullido en ellas bien a pesar mio: una por haberme tirado el caballo en el paraje de más profundidad de agua y otra por haber tenido que correr río a– dentro en persecución de lo caballería que se escapaba. No tardaron los Rojos en llegar a Pingliang, en cuyas afueras

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