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36 ANUARIO MISIONA!. calumnias más absurdas, a las hipótesis más adocenadas y de cajón sobre el origen de la Religión Católica y sobre la necesidad de sal– var al pueblo chino única y exclusivamente con las doctrinas del Tri· ple Demismo etc. etc.; artlculos todos ellos sin fuste, ni argumenta– ción, ni critica, ni nobleza y que, a la legua se veía, no habl1m sali– do del caletre del qut: debajo estampaba su ftnna, sino que habian sido entresacados, sin orden ni concierto, de libros comunistas mas o menos digeridos. Como el pueblo kansuano oía por primera vez aquella sarta de barbaridades y carecla de criterio para discernir lo falso de lo verda– dero, poco a poco fué imbuyéndose en estas nuevas ideas, las que. por otra parte, se le iban repitiendo luego por todos los ángulos de la ciudad en conferencias, mítines y toda clase de reuniones, y acabó por creerlas razonables y justas. Sembrada la confusión en el proble– ma religioso, dieron un paso mas y trataron de explicar al pueblo la verdadera personalidad del Misionero, fuera católico o protestante. ..Los misioneros, dogmatizaban ex cátedra, eran enviados de las na– ciones europeas para explorar, con excusa de propaganda religiosa, las minas, los yacimientos de hulla y la configuración del terreno, a fin de preparar luego un acceso seguro a los ejércitos que vendrían a conquistar el pais~. Se aseguraba, además, como noticia de buena tinta, que entre los misioneros existla un inglés que llevaba descu· biertas y anunciadas a su gobierno más de trece minas riquísimas y que el gobierno, apenas enterado, mandó más demil soldados los que las ocuparon inmediatamente.... Qué gran filosofía encierra aquella frase del impio Voltaire: ca· lumnia que algo queda! Lo cierto es que con ello venian a herir la fibra mas sensible y delicada del pueblo chino, el nacionalismo, ca· paz por si solo de producir enormes pavesas y aun de cambiar por entero la faz de todo la Nación. Bien lo sabían nuestros enemigos; y por eso se sirvieron de esa arma más que de otra alguna para ex– citar las masas contra nosotros y nuestras escuelas. Cuando creyeron que los ánimos estaban suficientemente exci– tados, decidieron convocar una asamblea pública escolar a la que tambien fueron invitados nuestros seminaristas y estudiantes, pero fuimos excluidos in termit1is los pro-fesores extranjeros. Por la clausula íinal pudimos venir en conocimiento de que toda la reunión iba a celebrarse contra nosotros; pero, por evitar males ma· yores, hubimos de permitir la asistencia de nuestros estudiantes. Desde la primera palabra hasta la última fué para maldecimos y ex– citar el odio general contra nosotros; se intentó hacer apostatar a

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