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94 ANUARIO MISIONAi.. otros. Los rojos desde sus trincheras contestan con decisión a los regulares, tratando de rechazarlos o de causarles cuando men••s el mayor número de bajas. Enderezaban sus t iros a los grupos mas compactos; pero éstos se deshacían &I punto desparramándose por todo el valle y amenazando a los contrarios con un movimiento en– volvente. Los rojos·en segnida se dieron cuenta del peligro y em- prendieron precipitada fuga. Completamente dii.treído por aquél interesante espectáculo quedé muy rezagado de mis compaíleros que formaban en lo vanguardia roja y hulan desalados juntamente con ella. El teatro de la acción era una serie de lomasseparadas en- tre si por enormes barrancos u hondonadas que aqul llaman kus y convergentes todas ellas en las cumbres de una gran montaila. Los fugitivos íbamos por una de de estas lomas acosados por numero- sos regulares, cuando pera colmo de terror y espanto observemos que tanto por la loma de la derecha como por la izquierda acuden a la carrera fuertes contingentes enemigos pretendiendo ganar antes que nosotros las cimas de la cordillera, en cuyo caso nos envolvian por completo obligándonos a rendimos a discreción o de lo cantra- rio fusilándonos a amansalva. Los momentos eran críticos. Nuestra retirada, hasta ahora bastante ordenada, va convirtiéndose en de- sastre. Los rojos van sacudiendo de encima cuanto les estorba, y los cantivos arrojan hasta los hatillos de ropa o pedazos de mantas con que se defienden del frío nocturno. A mi me estorba no poco mi mugrienta y raída piel de cabrn que sustituye a la flamante que me regaló Majosé y me fué arrebatada como atras queda dicho; pe.ro no me desprendo de ella, porque prefiero morir de un balazo aquella tarde que de frío a la noche siguiente. La caballería cubre la retirada del ejército rojo, al principio, muy valiente; más tarde corre a la desbandada, sin preocuparse los jinetes más que de sal- var cada cual su pelleja. Yo iba quedando a la retaguardia de modo que por poco me atropellan los caballos y caballeros. Estos últimos me intíman a que corra delante de ellos. Les respondo que ya oo puedo con mi cuerpo; que no me manden imposibles ni exijan de mi que corra como los centauros, ni vuele como el Dragón Rojo. • cUn caballo, un caballo, grito yo también: dadme un caballo y no me dejéis expuesto a las balas enemigas; un caballo, quiero segui- ros y no apartarme jamás de vuestra cumpaíl!a en la que me va tan bién.• En el altercado el diapasón sube h1nto que llama la atención de Barrabás, quien fruciendo el ceílo y apretando los dientes me reitera la orden de no rezagarme, amenazándome de muerte si sigo tan remoló~ y perezoso. Intento responderle. Vano intento! Para

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