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88 ANUARIO MISIONAL tiano Ma )osé. Por todas partes le salían atrevidos pretendientes; enamorados, envidiosos o codiciosos, Qué paz cuando me aliviaron de ella: qué rica es la pobreza! Y cuán desae;radecidos son los que la menosprecian! Cierto que nos priva de algunas fruslerías; pero y Ja libertad y seguridad que nos da? SI - A scenso de Wu•sien•xen Los cautivos celebramos con júbilo el ascE'nso de este inspec– tor o vigilante nuestro a la categoría de ta ren, es decir, hombre grande. Y yo con más motivo que ningún otro. Aún más que por su exterior arrogante y guapetón, se distinguía Wu-sien-xen por su corrección y amabilidad exquisitas, y por su tino y prudencia en solucionar cualquier conflicto que ocurriera en la fraternidad. Tra– bé conversación con él por primera vez el 12 de diciembre y me sirvió de intermediario para ponerme al habla con el se/ing (n. 0 68). Desde ese día al 19 del mismo mes nos velamos, pero sin hablar– nos. El 19, retirados en una caverna de la parte austral de Ta-yang -p'o, hablamos largo y tendido, y nos hicimos muy amigos. No era todavía personaje de mucha influencia en la cofradla roja, pero tení– a ya franca entrada en las habitaciones de Liu-yuen-san (a)Barrabás, y en algunas de sus entrevistas debió de hablarle interesándose P.Or mí. Es lo cterto que el día 20 me llamó Barrabás a su honorable presencia y me saludó cariilosamente, y pronunció con su boca (que perlas vierte) mi extraño y desconocido nombre. Y aún se dignó llenarme él mismo personalmente y por tres veces mi cuenco de calabaza con manjares preparados expresa y exclusivamente para los ta ren, hombres grandes. Prestaba atención a lo que yo dec!a sobre la vida poHtica, social y religiosa de los pueblos de Europa y América. A pesar de lo cual nadie me quitaba de la cabeza que me las habla de un bribonazo de siete suelas. Estaban presentes a nuestra conversación varios oficiales. Terció en el111 mi distinguido discípulo Wu-sien-xen para manifestar ante la respetable asamblea que el misionero cautivo se ha perfeccionado mucho desde que vi– ve en la cofrad!a roja, que ya no es caprichoso y desobediente a los mandatos de los superiores, ni criticón ni quejumbroso. Por to– do lo cual hora es ya de otorgarle carta de hermandad con todos sus derechos y franquicias, y de hacerle tse you, con participación en el refectorio de la comunidad; deben quitársele las ligaduras de las manos, y ningún cofrade podrá en adelante maltratarle y casti– garle a su antojo.> Aunque mi libertad quedaba prudentemente res– triÓgida, lo que se pedía para mí era algo grande; era reconocerme

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