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80 ANUARJO MISIONAL de occidente. Como los rojos de mi comunidad no sabían qué ha– cerse de algunas máquinas rapadoras que se procuraron gratis ·en las estaciones misionales, acudieron a mí para que les enseilase su manejo. Un oficial, de nombre Sing Yangti, fué el primero que me pidió le arreglara su cabello. Quedó él y quedaron lo$ asisten– tes tan satisfechos de mi faena que por aclamación fu¡ constituido peluquero oficial de la comunidad, y asl fueron muchas las cabezas rojas que pasaron por mis manos. Al oficio se siguió algún benefi– ci,o, consistente en.algunas patatas crudas, puiladitos de granos de maís, mayor esplendidez en proveer mi cuenco calabacE'ril, etc., etc. Los verdaderamente agradecidos eran los menos. Muchos no eran ni para decirme to sie, muchas gracias. Es que entre estos nuevos apóstoles de la igualdad, el siervo no tiene ningún derecho respecto de su seilor. 76-Tercer intento de rescate. La tercera embajada redentora salía de King-yang el día 14 de diciembre. La presidía el cristiano Ma j osé, y la constituían junta· mente con él el cristiano Txi Antonio y el pagano Txiao-xia-san. Cumpliendo religiosamente nuestro convenio con Jos bandidos tra· ian todo lo que faltaba para mi rescate. Avanzaron con las debidas precauciones por el paso peligroso de Txia-sui-po, morada habitual de gentes sospechosas o maleantes, y arribaron sin novedad al re– tirado valle de Ping-t'ing-tsuang, donde me suponían avecindado. Su sorpresa fué grande al encontrarse sil!, no con los ladrones, si– no con cerca de 3.000 soldados regulares de Yegnanfu. El mencio– nado valle era el indicado para negociar mi rescate. Pero los comu– nistas advertidos sin duda por los espías de la proximidad del ene– migo, se hablan fugado precipitadamente, y a la sazón se guarecian en·las cavernas de los bosques australes de Ta-yang-p'o. Mis re– dentores expusferon a los jefes del ejército regular la misión que les traía por aquellos vericuetos, e imploraron su intervención en en favor del misionero cautivo. El brigadier comandante halló razo· nable la demanda, pero no salla garante de la vida del misionero. Le advirtió que éste corrfa igual peligro por ambas partes: pues una vez iniciada la persecución de los bandidos, podía ser asesina– do por éstos o también alcanzado por las balas de los regulares, que no saben hacer la debida distinción entre los malechores y los hombres de bien. Asf pues, concluía él, sería lo más acertado entre• gar el rescate a los rojos y ver de obtener a buenas la libertad del cautivo. Oídas estas razones los enviados prosiguieron su itinera•

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