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78 ANUARIO MISIONAL 24 horas en que recorrimos 140 kilómetros a pie. Los soUdados ro– jos, en expresión de los regulares de Yegnanfu, se dejan atrás a los ciervos. No sabíamos los cautivos a qué atribuir tan desatenta– da carrera. Creíamos ser perseguidos por algún esplritu maligno e invisible. En algunas de nuestras vueltas y revueltas nos acerca– mos bastante a Sanxelipú, lo cual me hacía muy poca gracia. In– quieto y preocupado por la suerte que podían correr mi~ compaiie– ros que moraban allá, hice algunos votos y promesas a la Sma. Vir– gen de Pompeya y a Sta. Teresita del Niño jesús, para que los de– fendieran y guardaran de todo peligro. Gracias a Dios mis ruegos fueron escuchados, y el nublado se alejó sin causar mayores daiios. La crónica de estos días, reducida a un escueto nomenclátor de los lugares recorridos en nuestro cross-country, carece de interés pa– ra el lector. Quédese pues en mi cuaderno de apuntes. 74- Ejerciendo la mendicidad. El seling, en una de sus charlas conmigo, me indicó que en la cautividad me ibt1 poniendo cada dfa más flaco y deslucido. La advertencia no pudo ser más oportuna. A mi vuelta a la 1i bertad yo pensaba presentarme ante mis compaiieros con cara de pascua, ojos alegres, boca sonriente, eufórico y rebosando vida y salud. De nin· gún modo quería que aparecieran en mi rostro huellas de pasados sufrimientos que convierten a uno en fantasmón o estantigua. Era pues necesario recuperar mi antigua forma, adoptando para ello los medios más conducentes y prácticos. Esq¡rmentado con el ejemplo del viejo maestro de Huo·sui, babia de$echado para siempre la idea de nuevas huelgas de hambre, y aceptaba sin cumplidos io que me ofrecían. Y cuando todo esto resultabt1 todavía insuficiente, invo– cando mi condición y privilegios de religioso mendicante, implora– ba la caridad pública, y tendía mi cuenco vacío a los que veía dis· frutar de raciones más colmadas. Muchos me despachaban con ca– jas destempladas; pero algunos más compasivos y generosos me daban quién un pedazo de alforfón, quién una cucharada die puré de maíz, y hasta hubo tal cual camarada tan rumboso que se dignara .obsequiarme con unas partículas microscópicas de carne. Aquello era ya un verdadero lujo. Con todo, me convencí de que una orden mendicante como la mía difícilmente podria vivir y prosperar en medio de aquella sociedad, al menos mientras no contara ésta con elementos más liberales. Y no quisiera que el lector, tomando pie cte lo que aquí 'queda dicho, me tuviera por glotón y vicioso. Nada de eso. Y:o no pretendía vivir para comer, sino comer para vivir.

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