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72 ANUARIO MISIONAL hizo tan amable! ¿Sería egoismo de mi parte? Quizá. Quizá le amaba tanto porque estuvo muy prudente al azotarme. Malum signuml Capuchino, y huyendo de la disciplina? 1Huml Conque, ¡adiós mi tenientt Sing-Tsao! !adiós mi caro fray Ciruelo! y ¡adiós tambien insigne Barrabás! (Erat autem Barabbas latro.. .J En Kui-kuh no probamos bocado en la maflana de la Inmaculada. De– sandando parte del itinerario recorrido el día anterior nos interna– mos en la barriada de Lbo-tsuang. En este lugar pasamos algunos días gobernados por nifios de 13 a 16 años, mandoncitos déspotas, ayunos de toda vergüenza y educación. Nos querían arrebatar aún las pocas prendas de vestir que nos habían dejado nuestros anti– guos guardianes. Particularmente t~ntaban su codicia mis medias y mi chaqueta, mi cuellecito romano, el cuaderno de apuntes y el lá– piz. Por una parte no me convenía acceder a sus caprichos, y por otra era peligroso contrariarlos Qué hacer? También esta vez in– tervino en mi favor la divina Providencia. Uno de aquellos mucha– chos, de rostro encantador, jovial y decidido me pregunta si yo soy shenfa, sacerdote o padre espiritual. El simpático rojillo, de nom– bre Li, era natural de Sang-txow, en Honan, y conoc!a a los mi– sioneros de aquella población, de los cuales conserva los más gra– tos recuerdos. No es cristiano aunque tiene algunas nociones de la religión católica. Sus ojitus candorosos reflejan la sinceridad de sus palabras. Dice que quiere ejercitarse en escribir con caracte– res europeos, y para ello me pide prestado mi lápiz. Se lo presto con mil amores; porque desconfiar de Li serla ofenderle gratuita– mente. Con efecto; untes de una hora me lo devolvió con grandes muestras de agradecimiento. Apenas se enteró de que llevaba dos dfas sin atender las quejas y reclamaciones del estómago, se apre– suró a ofrecerme el pedazo d::: pan que en aquel instante íba a lle– varse a la boca, y luego me sirvió varias tazas hasta satisfacer por completo mi necesidad. De este modo fui atendido por el pequefio bandido honanés mientras los demás cautivos eran maltratados y atormentados por aquella juventud roja descarada y desgarrada. 68-En el cuartel general. Pasados algunos dfas, advertí en Lao-tsuang cierta mayor se– riedad, orden y regularidad: puntualidad en el servicio de rancho, discreción en las palabras, decencia en las acciones, y para con los cautivos atenciones y consideraciones a que no estábamos habitua– dos. Nos permiten traer leila del bosque para alimentar de continuo el fuego. Deseoaveriguarquien es eljefe quesustituye al gran Barrabás

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