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36 ANUARIO •'llSIO~AL espaldas. Una vez dentro de la cueva me di;scargué del mentado kang, cama de barro con calefacción que usan los chinos en las no– ches de invierno. Los demás concautivos se tumbaron en el suelo como los irracionales, ~in alm11 para decir ni una sola palabra. Mo· mentos después introducían en la misma cueva dos soldados regu– lares maniatados, los cuales sometidos a un severo interrogatorio acabaron por confesar de plano cuanto sabian acerca de los moví· mientos del ejército regular. Al punto salieron dos partidas de co– munistas, llevándose consigo a los dos nuevos prisioneros, a ata– car los puestos militares de Youelu y de Utxio. Empero los ocu– pantes de estos pu1:stos, sabedores a su vez de lo que ocurrfa, hu– yeron oportunamente. Me ofrecieron algo de comer; pero lo rehu– sé sin decir palabra, aunque tenla un hambre que no veía. Cerrada ya la noche trataron de arrebahirme la cama (kang), mi insepara– ble compañera de todo el dla. Pero yo estaba muy enamorado de ella. Y así, cuando me la reclamaron, desobedecf formalmente. Quisieron asustarme con amenazas; pero yo encaramado en mi kang, las despreciaba olímpicamente. Al fin me golpearon tan sin piedad con las culatas de sus fusilesque hube de echar pie a tierra. Falto de ropa y de abrigo temí quedarme helado si pasaba la no· che tumbado e inerte. «Dormid, les dije en son de amenaza, dor· mid vosotros en el kang; y dejad que el sueño me rinda sobre el duro y helado suelo. Pero os hago saber que, de seguir estos ma· los tratos, yo moriré pronto y os quedaréis con las ganus de co– brar el rescate prometido. Mañana mismo apelaré al sellng.> Y re· cogiendo todas mis energías aíladí:«Tampoco dormiré revuelto con los plaotze, porque...están llenos de muy repugnantes bichos.• Cortó la discusión mi guardián Ciruelo, tendiéndome una manta. Es· te hombre, naturalmente brusco, violento y barbarote, comenzaba a darme pruebas de afecto guardiana!. Para que vea Ll·yan-hai que sé hacerle justicia, declaro públicamente que en la paliza que me propinaron en ests ocasión, él no tuvo arte ni parte. 33.- Una pequeña huele:a de hambre. Queda ya referido el riguroso ayuno que observaron mis com– paíleros de hábito y de prisión durar.te las horas que permanecieron bajo el poder del Dragón Rojo. CI resultado del mismo no pudo ser– les más favorable. Los rojos temieron sin duda que no podrían rE· sistir los ayunantes a tan sobrehumana penitencia y los dejaron li· bres con una facilidad que extrañó a los mismos interesados. Yo cometl la imprudencia de comer sin empacho aquellas sopas de

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