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20 ANUARIO MISIONA_L_________ creción. Estaba herido; la sangre cubris mi rostro. El que se llevó las gafas pronto advirtió que no veis nada con ellas y tuvo a bien devolvérmelas. Menos mal! En la per~onH del P. Bart:ilomé hicieron parecido despojo. Fray Isidro fué más 11fortunado. Viendo este Her– manito de ojillos muy d<!spiertos el tnsie fin de mi boina tolosana, se dió maña para guardar la suya, navarra, en un bolsillo de su tra· e. Lomalo fué que el traje, con todo lo que contenia y encubría, que· dó prisionero del Dragón Rojo... 14.- Caballos, armas y dinero. Debido, a la confusión del momento y a la oscuridad de la no· che nos dispersamos algo los tres misioneros. Entre el vocerío y algarabía de aquella turba ululante distingo la voz del P. Bartolomé que me grita angustlosamenh::: •Estos quieren caballos•.-•Pues no les diga dónde están>, fué mi respuesta. Y dirigiéndome a los ladrones les dije: cNo hay caballos en nuestra casa•. Y no decía si· no la pura verdad. Los animales que teníamos en la cuadra eran cuatro mulas y una borriCD. cMe amenazan de muerte, suplicó el P. Bartolomé, si no entregamos nuestros animales: y estos desal· mados no se arredran de cumplir su amenaza. 1Prontol 1prontol• Te– mi seriamente por la vida de este entranable compailero, y metién– dome entre aquellos barrabases que le rodeaban les invité a que me siguieran y les conduje a la caballeriza. Hecha esta diligencia vol– vi inmediatamente al lado de mis compañeros de imfortunio. Ya pa· ra entonces habían saqueado la residencia, rompiendo puertts, ven· tanas y cristales, destrozando cajones y muebles e inutilizán· dolo todo. Buscaban dinero, armas y municiones. De armas no ha– bía más que una triste escopeta china de pistón, de cazar pájaros. Qué tal serla ella que la vieron y la desestimaron! El dinero no pa– reció; los criados, a indicación del P. Bartolomé lo ocultaron en lu– gar seguro, dejando unos pocos dólares a la vista. •Qué es esto? Por qué me atan; oigo exclamar al Padre. Segundos después idén· ticas palabras sonaban en labios del Hermano. Yo estaba todavla libre, algo separado de ellos y rodeado de la consabida escolta. Lo más indicado parecía huir, una vez que en la estación misional no había ya nada que hacer. La Santa Infancia y los dos compañeros maniatados no ten!an ya otro amparo que el de la Divim1 Providen· cia. Nada importa que yo estuviera ausente o presente. Mi optimis· mo había sufrido una rud!sima prueba al estrellarse contra la dura y triste realidad. ¡Pero cuán fácil es ser profeta y previsor después que se han consumado los hechos cuando las cosas ya no tienen

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