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152 ANUARIO MISIONAL ~ Cualquiera podría presagiar un funesto desenlace para los intereses espirituales que aquí deseábamos... • (lbid. pág. 343). La amargura con que se expresan estos misioneros da a enten– der lo que sufriría el buen P. Saturnino. ¿Y cuál era la causa de la esterilidad de su sagrado mini:>terio? Su examen no es de este lu· gar. Pero no quiero omitir lo que yo he oído a los mismos Padres que de alll regresaron. Fueron varias: el carácter y la corrupción de costumbres de los indígenas; la preponderancia de algunos agen– tes protestantes norte-americanos, tolerados a veces por los go– bernadores espailoles; el recelo y hostilidad con que algunas auto– ridades y oficiales de la colonia espaílola trataban a los misione– ros; y finalmente la pobreza de los mismos misioneros 6 Sin embargo tuvieron el consuelo de realizar algunas conver– siones de indígenas notables en el ailo de 1896, y la del reyezuelo de Kiti con su familia en 1897; sucesos de gran resonancia, que iniciaron una época de más prosperidad espiritual. Quebrantada la salud y perdida la vista casi completamente, después de 10 silos de trabajo continuo, el P. Artajona se retiró a Manila. Y de allí a la Provincia de Navarra-Cantabria, por los silos de 1900. La presencia de aquél venerable anciano de luenga bar– ba blanca, causaba sens~ción en las aldeas de Navarra, en las que continuó predicando mientras pudo dar un paso. Todavía desempe– iló el oficio de Guardián en Estella, Pamplona y Sangüesa. Murió santamente en Pamplona el dla l de Enero de 1917. Padre Daniel de Ar bácegui El Padre Daniel, que en el siglo se llamó Rufino Guerricagoitia Astorki, nació en Arbácegui (Vizcaya) el día 20 de julio de 185.5. Tomó el hábito en Bayona el día 10 de Mayo de 1877; siendo or– denado de Sacerdote el día 28 de Abril del 82. Cuatro años más tarde se embarcó para las Islas Carolinas, dirigiéndose como Su– perior de las Occidentales a la de Yap, con el Padrejosé de Valen– cia, Antonio de Valencia y tres 1-lermanos legos. Los que le cono– cimos en sus últimos ailos, le oimos decir que al dirigirse a tan di– ficil misión, llevaba la convicción de que iba al martirio. Los indígenas de Yap y demás islas del grupo occidental eran de carácter más docil que los de Ponapé, y de costumbres menos co– rrompidas. Sin embargo, a mediados de Febrero de 1888 se soli– viantaron los de Yap y prepararon una acometida contra la colonia espal!ola, que no se realizó gracias a la oportuna intervención del

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